Jorge Luis Borges escribió sobre Sir Thomas Browne en la edición del 20 de agosto de 1929 del diario La Prensa: “Su vida es anticipación del peligro, la ensoñación, la apetencia de un sobresalto, no sólo dilatación: es el arribo inesperado de la nena fantasma de la Galería Güemes en la silenciosa madrugada de la calle Florida de una distante Buenos Aires”.
Que Borges mencionara, aunque sea al pasar y como figura de estilo, a la nena fantasma de la Galería Güemes es por lo menos interesante. Hay que poner atención a las fechas: 20 de agosto de 1929. Esa fecha da por tierra con una de las grandes pequeñas leyendas que tejen y discuten los escasos incumbidos: que la nena fantasma fue un invento de Antoine de Saint-Exupéry.
La Galería Güemes se inauguró en 1915 y hoy uno pasa por la puerta sin siquiera reparar en su existencia. No siempre fue así. Está en el 165 de la calle Florida y tiene salida a la calle San Martín. Al edificio lo diseñó Francisco Gianotti, el mismo arquitecto italiano que proyectó El Molino (en la esquina del Congreso, hoy abandonado), y en 1915 sus 14 pisos y 87 metros de hormigón armado lo convirtieron en el primer rascacielos porteño. Tenía teatro, cabaret, restaurantes, tiendas, oficinas y viviendas; arriba, desde el mirador, se veía la costa uruguaya. “La Babel de Yanquilandia transplantada a tierra criolla”, escribió Roberto Arlt, “con sus bares automáticos, sus zapatos amarillos, las victrolas ortofónicas, los letreros de siete colores y las girls dirigiéndose a los teatros con números de variedades que ocupan los sótanos y las alturas”. El edificio se considera una de las obras más importantes del Art Noveau y el día de la inauguración estuvo el presidente Victorino de la Plaza. Ricardo Rojas dio un discurso por la ocasión.
“Recuerdo sobre todo olores y sonidos ―escribió Julio Cortázar en “El otro cielo”―, algo como una expectativa y una ansiedad, el kiosco donde se podían comprar revistas con mujeres desnudas y anuncios de falsas manicuras, y ya entonces era sensible a ese falso cielo de estucos y claraboyas sucias, a esa noche artificial que ignoraba la estupidez del día y del sol ahí afuera”.
Saint-Exupéry vivió en el sexto piso de ese edificio durante más de un año. Allí escribió su libro Vuelo nocturno y una gran cantidad de cartas en las que enfatizaba cuánto odiaba Buenos Aires. La Compañía Aeropostal La Argentina, filial de la Compagnie General Aeropostale, lo había nombrado inspector de zona. Su misión era organizar y pilotear los primeros vuelos nocturnos en el sur del país. Tenía veintinueve años y era un tipo raro. Su mascota era una foca, a la que mantenía en la bañera; la portera la alimentaba con pescado.
Dicen ―se dijo muchas veces― que Saint-Exupéry, odioso de Buenos Aires, con su foca en la bañera y desdeñoso de las chicas de los espectáculos de variedades, pergeñó la historia de una nena fantasma que recorría los pisos del edificio. El comentario de Borges deslegitima la afirmación: el 20 de agosto de 1929, cuando La Prensa publicó el texto sobre Sir Thomas Browne, Saint-Exupéry no conocía Buenos Aires más que por fotos o por mapas o por rumores de alcoba. Llegó al puerto recién el 12 de octubre de ese año.
El origen de la historia de la nena fantasma ―si es que las historias de nenas fantasmas deben tener un origen― estaba escondido bajo otro cielo. Bajo el cielo de Saint-Exupéry, sólo había sitio para focas en la bañera.
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