Uno de los paisanos, más valiente o más borracho que los demás, acepta el desafío y trepa –ayudado por los demás- las rejas del cementerio. Sus compinches acuerdan ir a esperarlo a la madrugada a las puertas del lugar.
Llega la mañana y el hombre jamás aparece, por lo que los intrigados paisanos entran al cementerio a buscarlo. Lo encuentran muerto sobre una lápida, con el facón clavado sobre la misma junto a una esquina de su poncho. El hombre, al sentarse, había enterrado con su cuchillo sin darse cuenta un trozo de la tela. Cuando se quiso marchar sintió que alguien lo tironeaba de la ropa, y creyendo que un espectro reclamaba su cuerpo cayó al suelo fulminado por un ataque cardíaco, sin percatarse de que se trataba simplemente de su poncho enganchado por el cuchillo.
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